*Continuación de la entrega anterior*
Cruzaron la calle una vez que el semáforo cambió del color ámbar al rojo y se dirigieron al estacionamiento de un lujoso restaurante, situado a una calle del parque, caminaron en línea recta hasta encontrar un auto digno de aquél lugar, un Jaguar X-Type que tenía un color como el de la plata y en perfectas condiciones, dando la impresión de ser absolutamente recién comprado.
Salvador se quitó el saco y le abrió la puerta a Sofía “¿al menos puedes decirme en dónde estoy y cómo es que me vas a ayudar?”, se dirigió a aquél hombre elegante, quien le respondió “ya te dije que no te preocupes pequeña, confía en mí, ¡ah! y me preguntaste que en dónde estamos ¿verdad?, pues estamos en la ciudad de México, entra y descansa mientras llegamos a mi departamento”. Dicho esto, la joven ingresó al auto, percibiendo el olor a piel que desprendían sus asientos color gris Oxford y oír el ruido del choque de la puerta al cerrarse, se reclinó en el asiento y aguardó a que Salvador subiera también al Jaguar.
Se abrió la puerta del conductor y las mismas manos que la habían ayudado, colocaron el saco azul en la parte trasera del auto, al mismo tiempo que el hombre se subió y encendió el potente motor, que, en conjunto se encendió de igual forma el estéreo. La joven pegó un salto debido al volumen alto de la música, mientras que él solamente esbozo una sonrisa como de un niño después de hacer una travesura y desde el volante bajó la intensidad del volumen de “A Day in the Life”, interpretada por el cuarteto de Liverpool.
Durante el trayecto, con rumbo desconocido para ella, pero por de más conocido para él, conversaron acerca de lo que sentía en aquellos momentos Sofía. Salvador le preguntó si era verdad que no recordaba nada en absoluto y ella confirmó dicho cuestionamiento, pero francamente, él no creía lo que escuchaba, pensaba que cómo era posible que alguien que no recordara nada se fuera a la primera oportunidad con cualquier extraño.
Ella preguntó el nombre del conductor, quien le respondió amablemente, “Salvador Duarte”, y como si estuviera corrigiendo algo que no le gusta agregó “Licenciado Salvador Duarte”, y tal pareciera que sometía a prueba a la chica de nariz fina, preguntó el de ella de manera rápida y sin tomarle importancia para ver si en verdad no recordaba ni eso. El cabello negro cayó hacia atrás ayudado por la mano derecha de la joven, en la que portaba un brazalete de oro y contestó “creo que ya le dije que no recuerdo nada, nada, es una pena, pero ni de mi nombre me acuerdo, ni mi edad…”. Pareció creerle el licenciado y prefirió olvidarse del asunto, mientras la invitó a reclinar el asiento hacia atrás para que descansara un poco en lo que llegaban a su destino, pero antes de aceptar, le hizo un nuevo cuestionamiento “…y ¿por qué me lleva a su casa?, ¿cómo me va a ayudar ahí?”, respondió casi de inmediato él “te repito una vez más que no te preocupes, pero si eres muy curiosa entonces tendré que decírtelo, en mi casa podrás quedarte y descansar hasta que recuerdes qué sucedió, te prestaré ropa de mi hermana para que te cambies, quien por ahora se fue a estudiar a Francia, y podrás estar ahí el tiempo que quieras, bueno, ahora que ya te dije lo que querías saber, ya descansa y cuando lleguemos te despierto”, “está bien” asintió y quedó dormitando sobre el cómodo asiento de piel, arrullándola el leve sonido que dejaban escapar las bocinas y el imperceptible ruido del motor. Verificó el licenciado Duarte que estuviera dormida.
El semáforo se puso en rojo y detuvo el auto detrás de un camión de pasajeros, esto le dio un minuto de aparente calma y permitió pensar sobre lo que haría para ayudar a aquella mujer tan misteriosa.
Surgieron varias opciones, entre las que se estaban la de una vez que descansara, si aún no lograba recuperar la memoria, llevarla con su amigo, Luis Campos, neurólogo de profesión, para que la examinase, otra era dar parte a alguna agencia de policía por si alguien la estaba buscando y la última llamar al servicio de búsqueda de personas (locatel) y dar sus características físicas, en fin, lo que menos quería era meterse en un problema y menos de esa índole.
Una colonia exclusiva de la Ciudad de México era el escenario donde, en un edificio de lo más moderno que se puede encontrar en este misma colonia se situaba el departamento de Duarte, abrió el portón negro y grande del garage con el control que se hallaba colocado en la visera del auto, lo introdujo y una vez apagado el motor, despertó con cuidado a Sofía, diciéndole que habían llegado, que descendiera.
Las puertas se escucharon al cerrarse, caminaron ambos por el estacionamiento del edificio y entraron al mismo después de abrirse automáticamente la puerta de vidrio tallado con filos de oro, donde los recibió un pasillo elegante, alfombrado en color gris rata, y en el techo colgaba una lámpara que daba el aspecto de ser moderna y un tanto cara. Vieron a un señor de unos cuarenta años que portaba un uniforme color guinda, era el portero del lugar, Javier, quien respetaba a los habitantes y tenía bien vigilado el sitio, quien les saludó amablemente y le entregó un sobre, aparentemente del banco a Salvador.
Continuaron caminando y al final del pasillo se encontraba el elevador, el cual, a diferencia de los ordinarios, éste tenía un mecanismo especial, que detectaba todo tipo de armas, entre otras cuestiones, entraron en este y marcó Duarte el piso 3, donde se encontraba su departamento, el 304; en cada piso únicamente había cuatro departamentos. Se abrió la puerta del elevador y se dirigieron al final del pasillo.
La puerta de entrada, color café oscuro, tenía un 304 en un recuadro digital negro con los números verdes, no tenía manija visible para ser abierta, únicamente se podía observar una pequeña ranura, por la que introdujo el hombre una tarjeta plateada con azul que poseía un chip con la contraseña para que pudiera ser abierta después de reconocerla y escucharse un tono de aceptación.
Entraron al departamento y la luz del pequeño pasillo se encendió automáticamente al tiempo que pusieron un pie en él; lo mismo ocurrió con la sala, en donde se podían apreciar tres sillones color crema con las patas en color madera, muy tenue, una mesa de centro rectangular con vidrio en medio y madera del color de las patas de los sillones. Un equipo de sonido que parecía muy potente se situaba al fondo, incrustado en la pared y justo en la pared de frente a esta, una pecera iluminada en color azul, lo que daba una perfecta armonía para descansar y pasar un buen rato en este lugar.
Invitó a Sofía a sentarse, mientras le ofrecía algo de tomar, al mismo momento que encendía el equipo de audio. La joven, aún desconcertada miraba con extrañeza la morada.
*Ahora sí la próxima semana puntual la entrega, jaja*
Cruzaron la calle una vez que el semáforo cambió del color ámbar al rojo y se dirigieron al estacionamiento de un lujoso restaurante, situado a una calle del parque, caminaron en línea recta hasta encontrar un auto digno de aquél lugar, un Jaguar X-Type que tenía un color como el de la plata y en perfectas condiciones, dando la impresión de ser absolutamente recién comprado.
Salvador se quitó el saco y le abrió la puerta a Sofía “¿al menos puedes decirme en dónde estoy y cómo es que me vas a ayudar?”, se dirigió a aquél hombre elegante, quien le respondió “ya te dije que no te preocupes pequeña, confía en mí, ¡ah! y me preguntaste que en dónde estamos ¿verdad?, pues estamos en la ciudad de México, entra y descansa mientras llegamos a mi departamento”. Dicho esto, la joven ingresó al auto, percibiendo el olor a piel que desprendían sus asientos color gris Oxford y oír el ruido del choque de la puerta al cerrarse, se reclinó en el asiento y aguardó a que Salvador subiera también al Jaguar.
Se abrió la puerta del conductor y las mismas manos que la habían ayudado, colocaron el saco azul en la parte trasera del auto, al mismo tiempo que el hombre se subió y encendió el potente motor, que, en conjunto se encendió de igual forma el estéreo. La joven pegó un salto debido al volumen alto de la música, mientras que él solamente esbozo una sonrisa como de un niño después de hacer una travesura y desde el volante bajó la intensidad del volumen de “A Day in the Life”, interpretada por el cuarteto de Liverpool.
Durante el trayecto, con rumbo desconocido para ella, pero por de más conocido para él, conversaron acerca de lo que sentía en aquellos momentos Sofía. Salvador le preguntó si era verdad que no recordaba nada en absoluto y ella confirmó dicho cuestionamiento, pero francamente, él no creía lo que escuchaba, pensaba que cómo era posible que alguien que no recordara nada se fuera a la primera oportunidad con cualquier extraño.
Ella preguntó el nombre del conductor, quien le respondió amablemente, “Salvador Duarte”, y como si estuviera corrigiendo algo que no le gusta agregó “Licenciado Salvador Duarte”, y tal pareciera que sometía a prueba a la chica de nariz fina, preguntó el de ella de manera rápida y sin tomarle importancia para ver si en verdad no recordaba ni eso. El cabello negro cayó hacia atrás ayudado por la mano derecha de la joven, en la que portaba un brazalete de oro y contestó “creo que ya le dije que no recuerdo nada, nada, es una pena, pero ni de mi nombre me acuerdo, ni mi edad…”. Pareció creerle el licenciado y prefirió olvidarse del asunto, mientras la invitó a reclinar el asiento hacia atrás para que descansara un poco en lo que llegaban a su destino, pero antes de aceptar, le hizo un nuevo cuestionamiento “…y ¿por qué me lleva a su casa?, ¿cómo me va a ayudar ahí?”, respondió casi de inmediato él “te repito una vez más que no te preocupes, pero si eres muy curiosa entonces tendré que decírtelo, en mi casa podrás quedarte y descansar hasta que recuerdes qué sucedió, te prestaré ropa de mi hermana para que te cambies, quien por ahora se fue a estudiar a Francia, y podrás estar ahí el tiempo que quieras, bueno, ahora que ya te dije lo que querías saber, ya descansa y cuando lleguemos te despierto”, “está bien” asintió y quedó dormitando sobre el cómodo asiento de piel, arrullándola el leve sonido que dejaban escapar las bocinas y el imperceptible ruido del motor. Verificó el licenciado Duarte que estuviera dormida.
El semáforo se puso en rojo y detuvo el auto detrás de un camión de pasajeros, esto le dio un minuto de aparente calma y permitió pensar sobre lo que haría para ayudar a aquella mujer tan misteriosa.
Surgieron varias opciones, entre las que se estaban la de una vez que descansara, si aún no lograba recuperar la memoria, llevarla con su amigo, Luis Campos, neurólogo de profesión, para que la examinase, otra era dar parte a alguna agencia de policía por si alguien la estaba buscando y la última llamar al servicio de búsqueda de personas (locatel) y dar sus características físicas, en fin, lo que menos quería era meterse en un problema y menos de esa índole.
Una colonia exclusiva de la Ciudad de México era el escenario donde, en un edificio de lo más moderno que se puede encontrar en este misma colonia se situaba el departamento de Duarte, abrió el portón negro y grande del garage con el control que se hallaba colocado en la visera del auto, lo introdujo y una vez apagado el motor, despertó con cuidado a Sofía, diciéndole que habían llegado, que descendiera.
Las puertas se escucharon al cerrarse, caminaron ambos por el estacionamiento del edificio y entraron al mismo después de abrirse automáticamente la puerta de vidrio tallado con filos de oro, donde los recibió un pasillo elegante, alfombrado en color gris rata, y en el techo colgaba una lámpara que daba el aspecto de ser moderna y un tanto cara. Vieron a un señor de unos cuarenta años que portaba un uniforme color guinda, era el portero del lugar, Javier, quien respetaba a los habitantes y tenía bien vigilado el sitio, quien les saludó amablemente y le entregó un sobre, aparentemente del banco a Salvador.
Continuaron caminando y al final del pasillo se encontraba el elevador, el cual, a diferencia de los ordinarios, éste tenía un mecanismo especial, que detectaba todo tipo de armas, entre otras cuestiones, entraron en este y marcó Duarte el piso 3, donde se encontraba su departamento, el 304; en cada piso únicamente había cuatro departamentos. Se abrió la puerta del elevador y se dirigieron al final del pasillo.
La puerta de entrada, color café oscuro, tenía un 304 en un recuadro digital negro con los números verdes, no tenía manija visible para ser abierta, únicamente se podía observar una pequeña ranura, por la que introdujo el hombre una tarjeta plateada con azul que poseía un chip con la contraseña para que pudiera ser abierta después de reconocerla y escucharse un tono de aceptación.
Entraron al departamento y la luz del pequeño pasillo se encendió automáticamente al tiempo que pusieron un pie en él; lo mismo ocurrió con la sala, en donde se podían apreciar tres sillones color crema con las patas en color madera, muy tenue, una mesa de centro rectangular con vidrio en medio y madera del color de las patas de los sillones. Un equipo de sonido que parecía muy potente se situaba al fondo, incrustado en la pared y justo en la pared de frente a esta, una pecera iluminada en color azul, lo que daba una perfecta armonía para descansar y pasar un buen rato en este lugar.
Invitó a Sofía a sentarse, mientras le ofrecía algo de tomar, al mismo momento que encendía el equipo de audio. La joven, aún desconcertada miraba con extrañeza la morada.
*Ahora sí la próxima semana puntual la entrega, jaja*
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