Tuesday, January 02, 2007

PENSAMIENTOS ONÍRICOS (TERCERA ENTREGA)

*Continuación de la entrega anterior*

Posiblemente nadie de la “ciudad”, como ella decía, podría comprender la conducta y la actitud tan extrañas que decidió tomar, ya que en la “ciudad” habita una cantidad enorme de personas y no es extraño que de vez en cuando alguien te observe del modo en que Salvador lo hizo, pero aparte de que no estaba acostumbrada a esto, había algo más que le hacía sentir lo que en ese momento, tal vez esa presencia un poco seria e imponente, sólo ella lo sabría. Parecería a cualquier persona que leyera esto, una exageración por lo que atravesaba la chica guapa y que solamente era cuestión mental, pero estoy seguro que si alguien hubiera visto el estado en el que se encontraba, se convencería de que necesitaba ayuda urgente.

Una vez que le dio el último trago al café, un poco amargo y ya frío, se puso de pie y con pasos seguros se dirigió hacia aquella mesa, hasta ese momento desconocida y encerrada en misterio, pero que muy pronto sería descubierta. El trayecto le pareció largo, pero no incómodo, sino como cuando el torero hace su presentación en el ruedo, ante el público que acudió a verlo y parte plaza lleno de júbilo y deseos de que llegue el momento de enfrentar al toro.

Sofía, entretanto, al ver venir a aquél hombre hacia su mesa, se sintió como si algo le oprimiera la cabeza, sintió angustia, tal vez estúpida, pero ahí estaba y era lo que sentía.

De pronto, le aquejó un dolor en la parte frontal de la cabeza que fue agudizándose cada vez más mientras veía aproximándose al hombre del traje azul marino, hasta que no pudo sostener más la cabeza y repentinamente golpeó la mesa de manera brusca, amortiguando únicamente con la revista que había estado leyendo minutos antes. Salvador, quien ya casi estaba por llegar a la mesa y ya se sentía charlando con la joven, apresuró el paso al ver aquél cuadro un tanto patético.

Mientras pedía ayuda a las meseras, tomó en sus manos a la chica, pero no sintió lo que debiera sentir si esto no hubiera pasado, se veía confundido, tratando de reanimarla; llegaron una mesera y el gerente del lugar, quien según decía, sabía de primeros auxilios, quizá en este momento era cuando el gafete con su nombre y debajo de este rezaba “¡Estoy para servirle!”, comenzaba a tener algún sentido, además ya había ordenado a la cajera a telefonear al médico con el que se tenía un convenio y quien tenía su consultorio muy cerca...

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El cantar de los pájaros se escucha como si fuera primavera, como una mañana fresca, pero se perciben de una manera muy lejana. Una banca verde de cemento, perteneciente a un parque, es ocupada como asiento por Sofía, quien despierta y ve a un par de niños jugando con una pelota, gira un poco más y observa a una pareja de enamorados alejándose tomados de la mano por aquél parque.

De pronto, cae en la cuenta que es un lugar desconocido, se endereza un poco exaltada y casi a sus pies encuentra un trozo de espejo roto, el cual tenía la forma parecida a un triángulo un tanto bizarro. Dicho espejo lo toma y se observa haciéndose la pregunta “¿quién soy?” y al mismo tiempo respondiéndose “he de tener como veinticuatro o veinticinco años, pero no comprendo qué hago aquí”. Todo parecía tan extraño, la muchacha no podía recordar nada en absoluto, incluso podía leer los letreros de los comercios que se divisaban en los alrededores del parque, por encima de los árboles, pero para ella, carecían de significado o de alguna pista que le sirviera para poder recordar algo.

Miró en su reloj la hora (4:20pm) y observó que alguien se acercaba, era un joven cuyo aspecto parecía el de un estudiante, al momento en el que pasó en frente de Sofía, ésta se dirigió a él: “disculpa, ¿me puedes decir en qué lugar me encuentro?”. Aquél extraño no tomó importancia al hecho por pensar que se tratara de una broma, así que continuó con su camino, girando únicamente la cabeza hacía atrás para verificar si la reacción de quien le había hecho esa pregunta tan rara era de alguien que quería jugarle una treta o si en verdad necesitaba ayuda, pero como no percibió nada, prefirió alejarse. Lo anterior confundió aún más a la chica.

Por un momento llegó a sentir desesperación. Se llevó las manos al rostro y casi estalla en llanto cuando escucha los pasos de alguien que se acerca, levanta la cara y ve a dos muchachos con un balón de futbol, a quienes de nueva cuenta, como en el caso anterior, pregunta “perdón, ¿saben qué lugar es este, saben qué hago aquí?”, a lo que aquellos aparentes aficionados al balompié, responden con una carcajada que no puede ser escondida, la toman por loca y se van pateando el balón y posiblemente comentando el incidente tan “gracioso”. Esta vez rompe el equilibrio de aquél lugar con un sollozo y unas cuantas lágrimas que se deslizaron por las mejillas chapeadas y no quería moverse de donde se encontraba porque pensaba que se iba a contrariar más, al menos ahí estaba con gente alrededor aunque no le tomaran en cuenta y sin saber cómo había llegado hasta éste parque.

Las hojas secas de los árboles crujieron al ser aplastadas por alguien que iba caminando, lo que hizo que Sofía volteara hacia donde se escuchaba el ruido, vio a la persona que iba caminando, pero esta vez se dio por vencida y decidió no acercarse a aquél hombre, argumentando que iba a suceder lo mismo o algo peor que en los dos casos previos a un posible tercero.

Salvador, que vestía un traje azul marino, la vio y se percató que estaba en alguna dificultad y en esta ocasión fue él quien se acercó a ella. “¿Puedo ayudarte en algo?” fue la pregunta que el hombre hizo a Sofía, quien reaccionó con extrañeza, ya que era todo lo contrario a lo que esperaba y no tuvo que pedir ayuda, sino que llegó a ella. Permaneció unos segundos sin articular palabra alguna para después decir “sí, no sé en dónde estoy ni cómo llegué aquí”; sorprendido pero sin demostrarlo, el hombre del traje se puso en cuclillas y tomó las manos de quien hizo la pregunta, lo que le inspiró confianza a ella y le dijo “no te preocupes, yo voy a ayudarte, sólo es cuestión que vengas conmigo”. Los ojos color miel parecieron llenarse de vida una vez más al oír estas palabras, aunque al mismo tiempo dudó en aceptar aquella tentadora oferta del extraño, quien de nueva cuenta y casi sin dejar oportunidad de pensarlo, volvió a lanzar dicha oferta no con otra intención que la de ayudar a la afectada. Al sentir aquella presión, que a decir verdad no la percibió como tal y después de analizar pobremente al hombre, aceptó con un movimiento de cabeza casi imperceptible sin querer denotar el alivio que se alojó dentro de su pecho.

Salvador le ayudó a ponerse de pie tomándola por el antebrazo y el codo; una vez apoyado todo el peso en las dos piernas y sentirse firme, puso su mano sobre el brazo de él, que se encontraba formando un ángulo de noventa grados, esperando que hiciera justamente eso. Emprendieron el camino hacia donde pudieran ayudarla.

*La próxima semana, la siguiente entrega*

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